Existen temas de interés público que son eso, aspectos que nos deben interesar a todos, no solo a ciertos sectores o personas en particular. Uno de ellos es el del cuidado del medioambiente, que no debe ser materia exclusivamente de ecologistas, como cierta industria y sectores han intentado instalar. Debe ser preocupación de todos. Y de todas.

Un muy buen ejemplo de ello es la reciente columna publicada en este portal por Javiera Cepeda, estudiante de 1° Medio de un colegio de Santiago, bajo el título “Industria salmonera: ¿es posible una salmonicultura sostenible en Chile?”, donde la joven expone su visión de manera clara e informada.

Es muy de sentido común estar de acuerdo con varias de sus ideas:

    “Las salmoneras están contaminando el agua por su constante incorporación de nutrientes y antibióticos”; “la resistencia a los antibióticos es una de las principales amenazas para la salud humana, y no le estamos dando la importancia que necesita”.

Agrega que el uso de estos medicamentos en la salmonicultura es 6.000% superior a la de países europeos:

“Y eso me parece preocupante, ya que puede originar serias perturbaciones en todo el ecosistema. Estas condiciones están impidiendo la existencia de la vida marina y se está deteriorando la calidad del agua, alterando el equilibrio del ecosistema acuático”.

Y apunta a un tema paralelo, pero también de fondo:

“[Las salmoneras] se están extendiendo sobre áreas prístinas (lugares donde las manos humanas no han interferido en la progresión natural de la vida), que son considerados importantes refugios para la biodiversidad marina en el mundo”.

Concordamos, Javiera. Los salmones y truchas son especies carnívoras, originarias del hemisferio norte (acá son exóticas). Su forma de cultivo industrial masivo intenta emular su ciclo de vida en su hábitat original. Esta decisión corporativa ha generado que los ecosistemas costero-marinos de la Patagonia chilena vean afectados sus propios ciclos y biodiversidad.

Esto ha generado efectos que, a pesar de la escasa investigación o data histórica, siendo que las empresas llevan operando en nuestro sur por más de 30 años, ya apuntan a serios impactos en términos ambientales.

 

Enmallamiento y muerte de especies

 

Están los fenómenos de enmallamiento (enredo en sogas y mallas) que afectan a mamíferos y aves, con dramáticas imágenes de conocimiento público, sin mencionar las denuncias de matanza de lobos marinos para proteger las jaulas. Existe pérdida de vida bentónica y virtual muerte del fondo marino por depósito de material orgánico de alimento no digerido que, al igual que las fecas de los salmones, cae, se acumula y va generando una costra en el lecho. Esto produce un proceso de anoxia (carencia oxígeno) y ausencia de vida.

Si bien las floraciones algales nocivas (FAN), entre ellas la “marea roja” y la “marea café”, no son un fenómeno atribuible directamente a la industria salmonera, no se puede descartar que el exceso de materia orgánica que esta aporta, amplifique la ocurrencia de dichos eventos. Por ello se requiere más investigación que apunte no solo a producir más, sino a descartar (o confirmar), cómo conversa esta industria de alto impacto con situaciones complejas, entre ellas, la crisis climática.

Para cerrar este breve y no exhaustivo listado, la presencia de productos químicos que se aplican a los peces cultivados para tratar enfermedades como el caligus o piojo de mar, sí o sí terminan por liberarse al océano, con eventuales impactos en la biodiversidad.

Efectivamente, la industria salmonera es el segundo exportador de Chile. Y esa posición le impone obligaciones de diversa índole. Entre ellas, cumplir la ley, pero además ir más allá, mostrar la mejor imagen país, lo cual equivale a producir con los mejores estándares sociales y ambientales de corte internacional. No hacerlo es querer tener ingresos como país desarrollado, pero comportarse como industria subdesarrollada.

 

Incumplimientos en la industria salmonera

 

Recientemente, a través de la campaña Salvemos la Patagonia, la Alianza por la Defensa de las Áreas Protegidas publicó el catastro de concesiones para el cultivo de salmones al interior de áreas protegidas, donde se detalla la situación de los 408 centros salmoneros dentro de estos polígonos en Aysén y Magallanes.

De acuerdo a información de Fundación Terram (septiembre, 2022), 280 de esas concesiones están en causal de caducidad (de ser extinguidas), tras cumplir una de las dos causales que establece la norma: no operar el primer año luego de otorgado el permiso; estar inactivas por sobre dos años. La pregunta obvia es, si no están operando, ¿pueden generar empleo? La respuesta clara es que no. Esas no generan empleo.

Pero no se trata de los únicos incumplimientos de la industria. Existen múltiples infracciones en curso por sobreproducción y elusión en materia ambiental, lo que hace suponer que su puesto como segundo sector exportador ha sido a costa de este tipo de ilegalidades.

Estamos hablando de concesiones al interior de reservas y parques nacionales, territorios cuyo destino es proteger la naturaleza y conservar la biodiversidad. Esto, además, vulnera la Convención de Washington para la Protección de la Flora, la Fauna y las Bellezas Escénicas Naturales de América, de la que somos parte como país.

 

Sí, podemos hacer algo

 

Javiera se pregunta “¿Es posible hacer algo?”. Esta columna es para responderle categóricamente que sí. Y esto es: retirar la salmonicultura del interior de las áreas protegidas de la Patagonia chilena, sin relocalización. Porque estos espacios fueron creados para proteger lugares únicos cuya vida está siendo fuertemente impactada, y no hay cabida para industrias extractivistas.

Además, la industria tiene que destinar una parte de sus utilidades a investigación y una gestión sostenible, no greenwashing, para no afectar los ecosistemas, el futuro de las comunidades que de ellos dependen y su propio negocio. Han avanzado de forma no responsable. Es lo que se está intentando, por ejemplo, desde el sector turismo en Aysén, donde la capacidad de carga de los ecosistemas y acogida de las comunidades, es parte hoy de un debate central.

Hablo como aysenina. En nuestra joven región (en términos de poblamiento occidental) tenemos aún la oportunidad histórica de avanzar hacia un desarrollo sostenible y ello solo se puede lograr con planificación y regulación sobre la base de una visión acordada de responsabilidad intergeneracional, de todos quienes habitamos en este hermoso territorio. Y así, las Javieras de hoy y mañana tendrán la oportunidad de conocer Aysén, como reserva de vida, y nuestras hermosas áreas protegidas, que fueron creadas precisamente para eso, para ser protegidas.